Relato de nado con tiburón blanco en Sudáfrica
30 julio 2015 La bahía del caminante llamada “Walker Bay” en el Cabo Occidental, en Sudáfrica, y Hermanus, su población principal, son reconocidos mundialmente como uno de los mejores lugares del mundo para avistar cetáceos desde tierra firme. Esta bahía es también el lugar idóneo para sumergirse en el agua para ir al encuentro del gran tiburón blanco, en donde los más profesionales solo precisan del agua y escualos. Para los inexpertos, o para quienes no se fían un pelo de los mayores depredadores marinos, el avistamiento desde una jaula es la mejor opción.

La aventura comienza en el mismo hotel, en Hermanus, aunque el barco zarpe desde Gansbaai, un pequeño puerto al otro lado de la bahía, en donde el conductor recoge a los viajeros y conduce por una carretera escénica, deteniéndose en diversos miradores con vistas espectaculares sobre Walker Bay, desde se puede observar ya cómo varias ballenas juguetean sobre las olas y podría parecer que la excursión ha sido para entonces un éxito, pero en realidad solo acaba de empezar.

Ya en el puerto, algo destartalado, una guía vestida con neopreno y un fuerte acento afrikáans recibe a los visitantes, en donde las empresas dedicadas al buceo con tiburones en Gansbaai llevan unos veinte años realizando este tipo de encuentros entre turistas y escualos y si alguna vez estos se comieron a alguien, no lo anunciaron, eso sí, en la pared de su oficina en el puerto cuelgan fotos un tanto inquietantes del gran tiburón blanco y también se exponen mandíbulas aquí y allá, así como retratos de celebridades y miembros de la realeza que realizaron la inmersión.

Luego se espera a que se complete el grupo y la guía que dirigirá la excursión va preguntando y repartiendo trajes de neopreno entre los asistentes, también se ofrecen las indicaciones de seguridad pertinentes y las normas de comportamiento en alta mar, como no dar de comer al tiburón, no meter la mano en el agua y cuando estés dentro de la jaula, nunca, nunca sacar las extremidades fuera de la zona de seguridad, claro si se quiere regresar completo a casa.

Mientras se ajustan los trajes de buceo, la tripulación baja la jaula al agua y prepara cubos de un brebaje del diablo a base de tripas y sangre de pescado, que echan por la borda para atraer a los tiburones, eso sí, lo que atrae al instante son gaviotas. Siete voluntarios van en primer lugar, ya que la expectación es palpable. Un marinero maneja una caña con una enorme cabeza de pescado que sirve como cebo. A voces, la líder de los turistas ordena que el primer grupo entre en la jaula.

El primer buceo es un tanto caótico, ya que la visibilidad es adecuada, pero uno no sabe muy bien hacia dónde mirar, sobre todo porque al principio uno no sabe muy bien donde están los límites de la jaula y está más pendiente de no sacar manos o pies fuera de la misma. La confusión se disipa cuando, delante de tus narices, aparece un tiburón blanco de unos dos metros de largo, nadando alrededor de la jaula. Aparece como una sombra, ganando claridad y desapareciendo rápidamente, cada avistamiento dura apenas un par de segundos, pero en cada uno de ellos te deja sin aliento, algo ciertamente problemático cuando estás sumergido.
 
 
 
 
 
 

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