Proteguen al Tiburón Ballena en Filipinas
30 junio 2015 El guía otea el horizonte sujetándose al mástil superior del banka —bote tradicional filipino—, cuando da el aviso. Primero una mancha oscura sobre el vasto azul. Una aleta dorsal después. Y media docena de visitantes se sumergen Pacífico adentro. Nada parece flotar bajo sus pies más que la penumbra, hasta que una boca de varios metros emerge del fondo marino. Sólo se ven las manchas blancas del pez más grande del mundo, moviendo sinuosamente su cola —larga como un ser humano—. Más de 20 grupos asisten al baile acuático en la bahía filipina de Donsol, que baña la mayor concentración de tiburones ballena del mundo. El gigante marino no sólo se salvó del exterminio, sino que ha resucitado el turismo local y a sus habitantes.

“Estos tiburones estaban condenados a morir. Es un milagro que estén vivos y son una bendición para nosotros”, dice Joel Briones, de 46 años y guía-ojeador de una de las 30 embarcaciones que siguen a estos peces para disfrute de los visitantes. Joel es presidente de la Asociación de Operadores de Botes en la industria entorno a los conocidos como gigantes gentiles por su carácter inofensivo. “Ahora gano 500 pesos [10,2 euros] diarios y mi hija mayor ha podido acabar la universidad. Pero antes mi familia sólo comía dos veces al día con los 100 [2 euros] que yo ganaba con la pesca”, explica mostrando uno de esos billetes de 100, adornado en el reverso por un tiburón ballena. Esta especie se convirtió en emblema nacional a raíz del ecoturismo en Donsol.

En los años noventa, la falta de ingresos ahogaba esta pequeña aldea de pescadores al extremo sur de la isla de Luzón y a 500 kilómetros de Manila. Como también peligraba la existencia de los tiburones ballena de su bahía. Donde ahora hay restaurantes y resorts, los 50.000 lugareños de esta localidad sólo recuerdan unos pozos como únicos suministros de agua. También en esa década, 800 tiburones ballena fueron apresados en el archipiélago; desde donde su carne se vendía a 13 euros el kilo en el mercado asiático. La pesca de uno sólo de estos ejemplares se pagaba a 230.000 euros, según datos de WWF.

“Todo cambió en 1998. Ya sabíamos que se podían ganar millones matando a los butanding [tiburones ballena en tagalo, la lengua local]. Pero entonces aprendimos que su valor puede ser infinito si los protegemos como se merecen”, cuenta Alan Amanse, de 48 años, defensor acérrimo de estos peces y presidente de la Asociación de Oficiales para la Interacción Butanding (BIO). Éste y el grupo de operadores de botes, son los principales motores de la exitosa industria turística local; que ha pasado de ingresar unos 18.000 pesos (370 euros) a 22 millones (452.000 euros) en sólo una década. Pero esa cifra no incluye las ganancias de los negocios que también se han beneficiado de la interacción con los tiburones ballena, como restaurantes, resorts, transportes o sari-sari (tiendas de ultramarinos filipinas).

El ecoturismo en Donsol da prioridad a la conservación natural. Los visitantes, en grupos de seis, alquilan barcas por 3.500 pesos (71 euros) para surcar las orillas de la bahía durante tres horas en busca de los peces gigantes. Una vez avistados, los turistas disfrutan de los tiburones bajo supervisión de los guías locales, que controlan que no se toque ni incomode a los animales. Pese a ser una especie migratoria, su inusual presencia en Donsol transforma sus costas en una de las más especiales del planeta junto a las de Belice o Australia. Atraídos por la posibilidad de interactuar con los animales en su entorno salvaje, los turistas han pasado de un millar a más de 25.000 anuales en menos de 15 años; multiplicando los ingresos del sector exponencialmente.

Alan Amanse, que como el resto de los guías ha desarrollado una habilidad natural para avistar y reconocer a todos los tiburones ballena que nadan en las cercanías, describe los últimos años no sólo como un camino hacia el éxito económico, sino también hacia el descubrimiento de sus vecinos acuáticos: “Ahora reconocemos cada una de sus marcas, pero antes ni sabíamos que eran tiburones. Pensábamos que eran como la peste, porque no hacían otra cosa que destrozar nuestras redes de pesca”.

Un incidente con una red de arrastre, fue lo que propició el nacimiento del modélico proyecto de conservación medioambiental. El rescate de un ejemplar enredado en una malla atrajo a la prensa y puso el foco sobre los tiburones ballena, en peligro por la sobrepesca. Meses después, la intervención de organizaciones defensoras de los animales convertían las aguas de Donsol en el único santuario para esta especie en las más de 6.000 islas del archipiélago de Filipinas.
 
 
 
 
 
 

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